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PENSAMIENTOS, LAS IDAS Y VENIDAS DEL TIEMPO, LOS RECUERDOS, LA AÑORANZA, LO QUE FUE Y NO FUE, LO QUE NUNCA HA SIDO.















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miércoles, 24 de junio de 2009

EL ABANDONO


fabiolafilosofiasobrelavida.blogspot.com

EL ABANDONO

Un día, cualquier día, tremenda soledad en mi alma, sentado en un banco de la plaza, pensando en mi vida, y en amores fallidos.
¡Cuánta fantasía e incerteza!
Solo, en esperas improbables, allá remoto, entre algunos plataneros de verdor y follaje exuberante, diviso una esperanza de vida, pero que tenía que haberla olvidado, a pesar del dolor, a mí, cual martillo pilón, vuelve.
Quisiera así poderla asir tan fuertemente conmigo para hacer caduca esta tristeza que me corroe ahora; no sé si es cierta pero hace sufrir como la mayor de las certezas.
La lluvia reciente aún dibujaba húmedos caminos en los rostros de los apresurados viandantes.
El recuerdo de sus ojos y sonrisa parecía amargarme el después; la luz de las miradas inmisericordes apagaban las farolas de la plaza; todo devenía –sin saber por qué- oscuramente sereno, nada hacía presagiar la nada y ella se alejaba silente con su ser expuesto a otros sentimientos. Tal vez sus ojos descansaban en otra mirada. Quizá el discurrir del tiempo apagó los últimos rescoldos, si existieron. Puede ser que todo se transformó en nada o nunca nada hubo.
Todo restaba sosegado, pero yo no sabía apreciar esa maravilla inerte y vacua que pretendía abrazarme sigilosa, ¿era la nada?
Sólo la nada en forma de abandono venía a mí, indolente. La lluvia fue aliada de mi llanto e implementó la coreografía adecuada a ese instante; mis lágrimas serenas, que calmosas querían discurrir por mi mejilla, quisieron indagar en las miradas huidizas y apresuradas de los transeúntes deseando encontrar respuestas a tanto desencanto y confirmé que esa nada había urdido las señas que la tornaron efectiva; la nada había regresado de nuevo, nunca acabaría, estaba aquí instalada para medrar por siempre.
No eran lágrimas, ¿o sí?, eran como gotas de néctar amargo, ¿o no? Tal vez fuera el néctar amable de los dioses del Olimpo que yo no reconocía: de Artemisa-Venus que me abandonaba de su amor; de Apolo-Febo que escondía la fútil belleza, tal vez de Ares-Marte, que guerreaba en mí la guerra siempre en eterna del desamor y el abandono…, no sé.
Los callados brazos del vacío nuevamente quieren rodearme y pretenden hacerme suyo, deseándome y acurrucándome hacia dentro de sí en sus penares.
Escucho la monotonía, el penar de su marcha hacia otros altares, otros manjares, quizá más sabrosos, que saborear y dirigir a su vientre, a su seno.
La tarde ya pardea y se inunda de grises vomitivos de noche oscura de contrariedad perdida. Una vez más solo y son tantas… arranco los pasos de regreso a casa. ¡Iluso de mí! –pienso- ahí tienes tu escarmiento por creer en pueriles falsedades de una mujer que siempre se manifestó a ti como imposible, inaccesible. ¿Quién eres tú para ser premiado de tal manera?
No encuentro la respuesta y me retiro con mi dolor a vivirlo, ¡es tan intenso.
24 de junio de 2009

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