El silencio discurre entre tus labios
me llama con suaves susurros
que quiero hacer míos.
Me acerco y gozo en tu mirada.
Nada dices
pero enciendes mi alma
calmando mi sed con olas de fuego.
Das alas a los sueños,
que vuelan ligeros por tu pelo.
Mis dedos quieren escuchar
cada hebra de cabello
que vuelen indómitas,
que buscan mi mano,
que encuentran la tuya,
que observan cercana,
que sienten las llamas
a paso lento.
Va destilando la mañana
abriendo en mi pecho
una realidad desarmada.
El fuego de tu recuerdo
se lo quedó la madrugada.
Océano albeo
que en su arrullo me evoca
nuestro abrazo eterno,
nuestros labios en brasas,
el rozar de mis dedos,
los placeres ya idos,
tu torso, y mi cuerpo.
La noche termina,
nos abraza el silencio…
Que vuelva la noche con sus demonios
que prefiero lidiarlos y estar contigo,
que vivir en la luz sin tu abrigo.
Todo torna calmo
amable y callado
miradas partícipes de igual sentimiento.
Sostengo tu mano,
tierno y delicado,
a tu talle, esperanza de amor, yo me acerco,
me acerco, me acerco.
El éxtasis del momento
paraliza mi cuerpo,
todo se vuelve un desierto
y tú una fina lluvia que humedece
poco a poco mi aliento
de espera en tu ansiada boca,
de tus labios llenos de rocío,
de tu cuerpo asido fuertemente al mío,
de amor ferviente de clamor inconfeso,
de estruendosos sigilos, apetecibles anhelos,
de mirada olvidada, de calladas respuestas.
¡Qué frío se hace en mí tu lejanía!
¡Qué aflicción sentirte tan remota!
¿Dónde te encuentras que nada me hablas?
Si no estás la locura se
sienta a mi lado
el terror reta mi mirada
la soledad alimenta mi vida.
Vuelve pronto a mí
para que el silencio,
que en tus labios discurre,
vuelva a ser
idioma de mi corazón.